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Showing content with the highest reputation on 07/01/19 in all areas

  1. 8 points
    Hola, os comunico mi retirada del evento de la liga por razones profesionales que hacen totalmente incompatible formar parte de la organización. Agradecer a todos los clanes y usuarios que apoyaron el evento, y cedo el testigo para que la liga no muera aquí y sigamos teniendo un evento por y para la comunidad. Gracias a todos.
  2. 6 points
    La situación de Fuego e incluso la de Chacales Marinos son problemas internos que muchos clanes padecen, y no creo que sea correcto juzgar algo desde el desconocimiento real de la situación. Yo estando en contacto con los clanes implicados tengo constancia que hicieron un gran esfuerzo para seguir en la competición, pero les fue totalmente imposible. Desde aquí agradecer a todos los clanes que están aun en la liga su esfuerzo para que la competición llegue a buen fin de forma deportiva. También agradecer el esfuerzo de los que colaboraron en los diferentes apartados de la organización y la gente que cada semana sigue los directos de la liga. GRACIAS A TODOS.
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    Capítulo 2 recién salido del horno. Es un pelín más corto que el 1, pero tenéis acción por doquier. —Tal como predijimos, las mentes inferiores no aceptan el hecho de serlo —U-81 miró a U-95—. Sujeto Alec Jiménez, espero que tu diminuta mente te permita comprender esto: te invitamos a que vuelvas al mundo del que has venido y nos dejes en paz, además de por supuesto, olvidarte de que nos has visto. —De todas maneras, aunque lo cuentes, nadie te creerá —U-95 habló con arrogancia mientras jugueteaba con su pelo—. Es la única oportunidad que tienes, Sujeto Alec Jiménez. Vuelve a tu mundo por las buenas. —¿Y si no quiero volver? —En ese caso... procederemos a tu eliminación total —respondió U-81. Capítulo 2. Muerte en las profundidades. Eliminación... total... O en otras palabras... Acabar muerto. ¿Pero por qué? ¿Por qué tenían que eliminarle si se negaba a volver? Quería respuestas sobre el por qué había bajado, por que escuchaba voces y por que estaban pasando cosas raras en el barco. Y lo más importante, ¿por qué estaba hablando con chicas en el fondo del mar sin morir por la presión del agua? No era un experto, pero no necesitaba serlo para saber que algo así no era lógico ni normal. —¿Y si no pudiera volver? Pongamos que intento regresar nadando a la superficie pero me encuentro que es imposible hacerlo, ¿qué haríais en ese caso? —preguntó Alec, tras tragar saliva, intentando comprar tiempo. Pero U-81 no tardó en dar una respuesta. —Igualmente te eliminaríamos. —No hay motivo por el que te fuera impedido volver —prosiguió U-95. —Las personas como tú pueden viajar entre la superficie y el fondo del mar sin ninguna clase de problemas. —Por eso, te instamos a que abandones voluntariamente y no vuelvas. —Te damos diez segundos para decidir. Diez... Maldita sea, esas tipas no daban concesiones de ningún tipo. ¿Y encima querían meterle prisa? Además, le extrañó lo de que “las personas como tú”. —Siete... ¿Eso quería decir que de algún modo, era alguien especial? Pero... entonces lo habría sabido desde pequeño. No tenía sentido alguno que ahora de repente, sin venir a cuento resultase que era una especie de “Elegido” o algo. Normalmente habría manifestado alguna habilidad especial desde... —Tres. Dos. Uno.. —Se acabó el tiempo, ¿qué eliges, Sujeto Alec Jiménez? ¿La vida? —¿O la muerte? Eso no hacía falta ni preguntarlo, pensó Alec. Tenía elegida la decisión, pero seguramente, no del modo que las chicas esperaban que fuese. —¿Qué clase de pregunta es esa? —respondió Alec intentando hacer que su voz sonase irritada, como si le hubiera ofendido aquello—. Es una pregunta muy simple. Por supuesto, yo... —¿Tú...? —U-81 frunció el ceño, lista para disparar si el sujeto hacía un movimiento raro. —¡Escojo vivir, joder! En ese momento, con un rápido movimiento con el que Alec empleó su brazo derecho como si fuera una escoba contra el suelo marino, levantó una cortina de arena y pegó un salto hacia atrás. —¡¡¡Fünfun, dispara, dispara!!! —ordenó U-81 como loca. —¡¡Maldita sea, no puedo disparar a ciegas!! —¿Es que eres idiota o qué? ¿No te acuerdas que nosotras no dependemos de eso? —Cierto, ¡joder, te vas a enterar! Entonces se escuchó el sonido de torpedos siendo disparados desde sus respectivos tubos. Un total de cuatro torpedos se dirigían al máximo de su velocidad hasta la cortina de humo, dejando tras sí una estela que delataba su trayectoria. Pero eso Alec Jiménez no podía verlo. De modo que optó por dar una vuelta de croqueta tras tirarse al suelo y rodó cual lápiz sobre una cuesta hacia abajo. Aunque eso no le salvó de la onda expansiva de los torpedos al impactar en el lugar que había estado hasta hace un momento. La fuera explosiva le mandó volando varios metros del punto de origen y sintió que impactó contra algo duro. El dolor que sintió fue como si le golpearan con una dura tabla de madera en la espalda. Sin embargo, no podía pensar en el dolor que sentía a rabiar en aquellos momentos. Si quería sobrevivir, su única manera era despistar a aquellos submarinos. Pero... ¿cómo? Ese era el gran problema. Si tuviera algo que pudiera engañar a los sonares podría hacer algo. Pero en completa oscuridad apenas podía ver nada. No le quedaba otra que vagar por aquella oscuridad, tan fría y traicionera. Tendría que confiar de que, de alguna manera, lograría escapar de aquella locura. Así que se puso a pensar en ello. Pero por lo pronto, lo primero era levantarse del suelo. Cosa que le costó con el dolor de espalda causado por la onda expansiva, pero prefería sentir el dolor a morir estúpidamente. Así que caminó, torpe pero a grandes zancadas. Sin embargo, algo metálico le impedía el paso. Lo único que se le podía ocurrir que fuera metálico era algún tipo de embarcación, así que palpó para tratar de averiguar el tamaño pero de poco le sirvió por que era simplemente demasiado grande como para ser un barco de recreo. Pero si lograba encontrar algún tipo de entrada, quizás podría aprovechar para refugiarse dentro y esperar que los submarinos se fueran por puro aburrimiento, aunque no sabía cuánto tiempo podría sobrevivir sin comer o beber. Pero era una mejor opción que intentar nadar hacia la superficie y ser descubierto por aquellas malditas. De modo que usando sus manos como guía, empezó a caminar hacia la izquierda (¡si es que era la izquierda!). Un nuevo impacto de torpedos muy cerca de él, le hizo salir volando nuevamente por los aires. Esta vez la explosión le mandó hacia arriba, y cayó sobre una superficie más dura que el lecho marino. Maldita sea, ¿es que iba a morir así? ¿Sin más? Aquella era una muerte horrible. Si pudiera escoger, prefería morir pegándose un atracón de comida en un bufet libre o teniendo una orgía con un montón de chicas hermosas tratándole como si fuera una personalidad importante. Pero morir en el fondo del mar, era horrible y no lo quería en absoluto. ¡Agh, maldita sea! ¿Por qué tuvo que escuchar aquella voz? ¿Y por qué esa voz no había vuelto a hablarle desde que se sumergió? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Eso era lo único en lo que podía pensar Alec. En el por qué de todo aquello, mientras sentía un fuerte dolor recorrerle todo el cuerpo. Gritó. Gritó como si le estuvieran quemando vivo. Como si le estuvieran triturando muy lentamente para hacerle sufrir. El aliento le faltaba y sentía sus ojos pesados, como si le hubieran puesto un par de pesas de mil kilos a cada uno. ¿En qué estaría pensando cuando decidió tirarse al fondo del mar? Aquella decisión había sido la peor que había tomado en su vida. Lo que parecía ser una situación típica de los animes que estaba acostumbrado a ver, se había convertido en una situación mortal. ¡Ni siquiera había llegado la caballería en el último minuto para salvarle! Las lágrimas brotaron de los ojos de Alec. Quien se sentía frustrado y miedoso. No quería morir allí, tan solitariamente. Quería vivir, quería vivir. Entonces, hizo lo último que pensó que haría en una situación como esa. Él, que no era creyente. —Dios... Sé que tú y yo nunca nos hemos... —gimió de dolor— llevado bien. Que nunca he creído en tí... Pero... —tosió— si estás ahí... si de verdad existes... >>¡Por favor, mándame una señal! Pero no sucedió nada. Absolutamente nada. Ninguna señal. Ninguna ayuda. Ninguna indicación. Nada. Alec maldijo para sus adentros. ¡Maldito fueras, Dios! Pensó. Entonces escuchó el sonido de motores deteniéndose. U-81 y U-95 se habían detenido muy cerca de él, y le miraban (aunque él no podía verlas) despectivamente. Ni siquiera iban a mostrar un poco de misericordia con él. —¿Has terminado de rezar a tu Dios, Sujeto Alec Jiménez? —preguntó U-81. —Espero que sí, por que pronto te reunirás con él —continuó U-95. —Por lo menos reconozco que has tenido más valor que los otros. —Así que el Almirante leerá un poema en tu honor, deberías estar agradecido. —¡Ahora, desaparece! —dijeron ambas a la vez. Pero antes de que pudieran disparar los torpedos, una poderosa luz verde comenzó a brillar, cegando a las Uboats y anulándoles el sistema de disparos. —¡Mierda, no puedo ver! —¡Einun, no hemos podido evitarlo! —¡Fünfun, aún estamos a tiempo! —¡Mi sistema de tiro no funciona! —¿Qué? —¡Eso mismo! No puedo disparar, es como si algo interfiriese. —¡Maldita sea, retirada, retirada! Los submarinos se alejaron, dejando a Alec solo en mitad de todo aquel brillo que era idéntico al de cuando se sumergió. Y entonces, volvió a oírla. Pero esta vez, en claro español. “Por fin nos unimos, Almirante” dijo la voz. “¿Eres tú quien me ha llamado?” preguntó Alec. “Así es, siento que haya tenido que ser de esta manera”. “¿Quién eres? ¿Qué eres?” “Lo segundo, lo responderé después. Lo primero, puedes llamarme Roma, segundo acorazado de la clase Littorio. Almirante, deme la orden”. “¿Orden? ¿Qué orden?” “La de convertirme en tu nave. Ordénamelo”. Entonces, Alec sintió una calidez recorrerle todo el cuerpo. El dolor se paró. Podía volver a respirar normalmente. Y sintió algo extraño en su corazón. Como si tuviera el de alguien más aparte del suyo. Era una sensación extraña y bizarra, pero de algún modo, aquello le había devuelto al mundo de los vivos. Y la llama de la determinación encendía su deseo de vivir. —¡Acorazado Roma, de la clase Littorio! ¡Yo, Alec Jiménez, te ordeno... que te conviertas en mi nave! —gritó Alec extendiendo su brazo derecho y abriendo la palma de su mano. —Que así sea. El suelo comenzó a temblar en ese momento. Alec empezó a tambalearse. Solo esperaba que aquel temblor no provocara un tsunami que arrastrara el crucero en el que viajaba. La luz se hacía cada vez más intensa y escuchó el sonido de cosas unirse, como si hubieran estado separadas. Además, en ese momento, Alec sintió cómo se elevó y de pronto cogió una gran velocidad mientras se dirigían hacia la superficie, en la cual había algunos botes salvavidas arriados. En el Sovereign habían notado como de pronto todos los aparatos electrónicos se habían vuelto locos, y el capitán decidió que era mejor evacuar el barco antes de seguir navegando. La señora Jiménez estaba en cubierta, junto a su esposo y su hijo menor, y estaba totalmente histérica. —¡Yo no me voy de aquí sin mi hijo! —gritaba a pleno pulmón dejando salir toda su preocupación. —Señora, tenemos a un equipo buscando a su hijo, súbase al bote salvavidas y deje de dar espectáculo, por favor —rogó un tripulante tratando de calmar en vano a la madre de Alec. —¡Que no! ¡O nos vamos todos o ninguno! —Mi madre se ha vuelto loca —comentó el hermano pequeño de Alec, aunque en realidad era el mayor en altura de la familia. —La culpa es de tu hermano, a saber dónde se habrá metido... —dijo el señor Jiménez. —¡¡Eh, mirad, es ese brillo!! ¡No mentía! ¡No mentía! ¿Véis idiotas? —exclamó en ese momento el chico de la pareja joven que avisó de la caída de Alec y que el capitán decidió tratar como una desaparición. Todos los pasajeros que estaban en la cubierta de los botes se asomaron para ver aquel brillo a lo lejos. Y de pronto escucharon un fuerte chapoteo del agua, como si algo muy grande acabara de emerger. La silueta de un barco podía verse gracias a la luz de las estrellas. Se podía adivinar que llevaba cañones enormes en la proa y en la popa. El capitán del Sovereign se frotó los ojos, incrédulo de lo que veía. No había duda, aquello no era un barco cualquiera. Era un barco de guerra. Uno que desapareció de las marinas modernas por su inutilidad tras la supremacía demostrada por los portaaviones. Era un acorazado, indudablemente. Y sólo conocía un acorazado que se hubiera hundido en aquellas aguas. —¿Capitán? Pareciera que hubiese visto un fantasma —dijo un tripulante al capitán. —Válgame Dios... No puedo creer lo que ven mis ojos —el capitán del Sovereign no terminaba de salir de su asombro. —¿Señor? —Han pasado muchos años desde la última vez que lo vi... —Capitán. Tierra llamando a capitán —el tripulante hizo un movimiento con el brazo para tratar de atraer la atención del capitán. Pero el capitán no escuchaba. Estaba hipnotizado por lo que veía. La última vez que lo vió apenas tenía quince años. Se sintió muy afortunado por estar a bordo de uno de los mayores orgullos de la Regia Marina. Sobrevivió a su hundimiento y nunca pensó en que lo volvería a ver. Los documentales siempre se olvidaban de la marina italiana, la única manera de ver aquel barco era mediante maquetas o dibujos. “Hace sesenta y nueve años, estas aguas vieron el mayor conflicto de la Humanidad. Fueron un campo de batalla sin piedad. Y ahora... ahora has regresado... Roma”.
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    Capítulo 3. El Cañón de Partículas. “Por fin nos unimos, Almirante” dijo la voz. “¿Eres tú quien me ha llamado?” preguntó Alec. “Así es, siento que haya tenido que ser de esta manera”. “¿Quién eres? ¿Qué eres?” “Lo segundo, lo responderé después. Lo primero, puedes llamarme Roma, segundo acorazado de la clase Littorio. Almirante, deme la orden”. “¿Orden? ¿Qué orden?” “La de convertirme en tu nave. Ordénamelo”. Entonces, Alec sintió una calidez recorrerle todo el cuerpo. El dolor se paró. Podía volver a respirar normalmente. Y sintió algo extraño en su corazón. Como si tuviera el de alguien más aparte del suyo. Era una sensación extraña y bizarra, pero de algún modo, aquello le había devuelto al mundo de los vivos. Y la llama de la determinación encendía su deseo de vivir. —¡Acorazado Roma, de la clase Littorio! ¡Yo, Alec Jiménez, te ordeno... que te conviertas en mi nave! —gritó Alec extendiendo su brazo derecho y abriendo la palma de su mano. —Que así sea. El brillo se volvió más intenso, y Alec pudo notar como el casco del barco se elevaba y las partes rotas empezaban a unirse por el ruido metálico que hacían. No supo decir cuánto tiempo pasó. Para él fueron segundos, apenas unos escasos segundos. Finalmente, el Roma que había sido partido en dos, volvió a ser uno nuevamente. En ese momento, una chica apareció justo al lado de Alec. Tenía el pelo corto y castaño, ojos azules, vestía un uniforme que podía pasar por uno japonés: una camisa de marinera blanca de manga larga y una falda corta cuyos colores formaban la bandera de Italia repetidas veces. Tenía unas medias rojas que le llegaban hasta por encima de las rodillas y llevaba zapatos de suela simple, nada de tacones. En su brazo izquierdo, llevaba un brazalete azul grana con tres lazos que surgían de estaba y cuyos colores representaban nuevamente la bandera italiana. En su oreja izquierda, tenía un pendiente con forma de una torreta de triple cañón. Sus pechos eran los más grandes que Alec había visto, y era más alta que el chico. —Tercer acorazado de la clase Vittorio Veneto, Roma. ¡Lista para servir, Almirante! —dijo enérgicamente la chica, haciendo el saludo militar, que Alec devolvió por pura inercia. —Esto... perdona que te lo pregunte, pero... ¿qué eres tú? —preguntó el chico, haciendo la pregunta obvia. —Oh, discúlpame, sé que tendrás muchas preguntas que hacerme... Soy una Doncella de Batalla, por así decirlo, soy el alma de este barco. —¿El alma de este barco? No lo entiendo... —Es algo complicado de explicar, es... En ese momento, nuevos sonidos de impacto de torpedos cerca de ellos les distrajo. Los submarinos alemanes habían vuelto a la carga... justo cuando la luz había dejado de brillar. —¡No os dejaremos saliros con la vuestra! —dijo U-81 enérgicamente. —¡Os hundiremos antes de que podáis hacer algo siquiera! —continuó U-95. Roma miró a las U-Boats con cierto desdén. ¿Por qué diablos le estaban atacando sin motivo? Eso era algo que no le gustaba nada. Tampoco le gustó que los alemanes la persiguieran y hundieran cuando su país optó por la solución más obvia en aquella endemoniada Gran Guerra, pero al menos tenían motivos ya que “les habían traicionado”. Así pues, si esas tenían, no iba a tener clemencia alguna. —Almirante... —No soy Almirante de nada —respondió Alec. —Para mí sí. ¡Almirante, por favor, ordenarme atacar! ¿Atacar? Pero entonces estaría legitimando a aquellas extrañas chicas... espera, ¿debía llamarlas también Doncellas de Batalla? Luego le preguntaría a Roma, aunque le resultaba difícil asimilar aquel concepto y la existencia de “almas” de un barco. De modo, que Alec optó por la opción que a su juicio era la más sensata. Quería evitar el conflicto en la medida de lo posible, así que no le quedaba más remedio que salir por patas. —Roma. —¿Sí? —Huyamos, salgamos a la superficie. —¿Eh...? Bueno... Usted manda, Almirante —Roma se sintió algo decepcionada, pero si su Almirante le manda huir, es lo que harían. Luchando contra cualquier tipo de lógica, el inmenso acorazado se comportó como si fuera un submarino. Elevó su proa varios grados hasta que esta estuvo mirando hacia la superficie del mar, y acto seguido, los motores se pusieron en marcha. Apenas tardaron un par de minutos en llegar a la velocidad máxima: 30 nudos, los cuales no solían ser usuales en un acorazado normal y corriente. Solo los acorazados rápidos y los cruceros de batalla, podían llegar a semejantes velocidades. —¡No les dejemos huir, persíguele! —ordenó U-95. Las submarinos tampoco se quedaron atrás y fueron detrás del Roma a la máxima velocidad que sus motores les permitían: 17 escasos nudos. Normalmente, bajo agua apenas llegarían a la mitad de la velocidad que en la superficie, pero como ellas mismas dijeron: las Doncellas de Batalla escapaban a cualquier tipo de lógica. Aún así, la falta de velocidad se notaba ya que estaban a unos cuantos metros de distancia. Trataron de disparar pero el Roma les esquivó ágilmente. Finalmente, el gran acorazado emergió con un fuerte chapoteo que provocó varias olas de respetable tamaño. En ese momento, Alec pudo oír gritos de terror y le dio por girarse. Entonces pudo ver al Sovereign evacuando botes salvavidas, habiendo ya evacuado los cuatro primeros del lado de estribor (que era el que estaba viendo) y cientos de puntitos en la cubierta de los botes. “Maldita sea... Si esos submarinos salen a la superficie...” pensó Alec. Aquellas malditas bastardas podían usar a civiles inocentes como escudos, o peor aún, usarlos como rehenes sin que se dieran cuenta de que lo eran. Empezó a sudar del nerviosismo en que aquella situación límite le ponía. Su prioridad debía ser salvar las vidas de aquellas personas, que no conocía de nada a la mayoría pero no dejaban de ser inocentes. Pero... ¿cómo podía hacerlo, si eso implicaba atacar? Odiaba pelear, y no le gustaba la idea de meterse en un conflicto que no entendía, por simplemente hacer lo que se supone que un buque de guerra debe hacer. Roma notó la preocupación de su Almirante, ya que también había visto la misma escena que él. Pero éste se había negado desde el primer momento a pelear. Seguramente, rehusaría luchar nuevamente si se lo proponía. Por tanto, solo quedaba una opción, pero para usarla, debía ser su Almirante el que se lo ordenase. —Almirante... —No soy ningún Almirante —respondió Alec, de mala gana por el estrés que estaba sufriendo—. Llámame Alec. —Esto... Alec. Hay un modo de evitar la lucha. —¿De verdad lo hay? ¡Te ordeno que me lo digas todo! Roma sonrió. Estaba esperando aquello. —Podemos usar el Cañón de Impulso e inmovilizar al enemigo. —¿Cómo... que Cañón de Impulso? ¿¡Qué leches es eso!? ¡Además, eso es algo de ficción! —Es un arma del que disponemos exclusivamente los acorazados de gran tonelaje. Como su propio nombre indica, descargamos un gran rayo de partículas que inutiliza al enemigo que esté en el rango de disparo. —Suena demasiado bueno para ser verdad, ¿seguro que no te lo estás inventando? —preguntó Alec, frunciendo el ceño. —No. Para poder usarlo, debe ser el Almirante quien dé la orden de dispararlo... y por supuesto, ha de ser él quien realice el disparo. —¿Cómo...? En ese momento, el rostro de Roma se ensombreció levemente, como si fuera algo desagradable. —Has de dar la orden de usar el Cañón de Impulso, y disparar con el rifle desde la cabina del artillero. Aquello sí que no se lo esperaba. Como mucho, Alec imaginó que tendría que pulsar algún botón y ya. Pero disparar él mismo con un rifle... Aunque la pregunta más importante era... —¿Cómo accedo a la cabina del artillero? —Eso... Antes de que Roma pudiera responderle, el sonido de torpedos impactando contra el casco del barco les devolvió a la realidad, seguido de un chapoteo. Los dos submarinos habían emergido, apenas les habían dejado poco más que unos minutos de tranquilidad. El acorazado vibró al recibir los impactos de los torpedos provocando que tanto Roma como Alec se tambaleasen. —Almirante, no aguantaré mucho si ambas enemigas nos siguen disparando. Mi Campo Defensivo está al menos del 50% de su capacidad. Un par de rondas de torpedos más y seremos vulnerables —informó Roma. —¡Tiene que haber una forma de evitar atacar! ¡Tiene que haberla! —gritó Alec, desesperado y rehusando la violencia. —Almirante, son ellas o nosotros. Le recuerdo que ellas empezaron atacándole y apenas le dieron opciones. Estaría defendiéndose legítimamente. —¡No, no, no! ¡Tiene que haber otra manera! Roma suspiró. Así que le había tocado de Almirante un blanducho de esos que creía en la No Violencia, como aquel Almirante japonés, Yama-algo, el cual se negó a ir a la guerra contra Estados Unidos pero al final acabaron atacando Pearl Harbor, metiendo a los americanos en la guerra. Lo sabía por los comentarios de los altos cargos de la Marina cuando se reunían en la sala de reuniones. Si al menos pudiera usar su Cañón de Impulso a voluntad, se encargaría ella misma de los enemigos, pero si una restricción importante tenían las Doncellas de Batalla, era la de no poder actuar si su Almirante no se lo ordenaba expresamente. Así que decidió centrar sus esfuerzos en convencer a Alec. —Almirante... —Olvídalo, no voy a disparar. —Alec —por primera vez, Roma dijo el nombre de su Almirante, estaba desesperada y no quería irse al fondo del mar apenas haber despertado. En ese momento, Roma captó la atención de Alec, parecía que realmente hacía más efecto llamarlo por su nombre que por rango. —Alec. Imagino que no debe ser fácil para ti, pero... Es la única manera. El calibre de mi batería principal es demasiado grande como para dispararles, y para poder disparar con la batería secundaria tendría que dar mi costado, haciendo que fuera más fácil darme con los torpedos. Además, el Rayo de Impulso no las matará, las dejará inutilizadas durante varios meses en dique seco. Salvará miles de vidas sin acabar con ninguna a cambio. —¡No, me niego! ¡Seguro que es un truco, quieres engañarme para que las mate! Ahí ya Roma perdió la paciencia y cogió a Alec por el cuello de la camisa, dirigiéndole una mirada furiosa. —¡Escúchame bien, maldito niño! ¡Ellas te atacaron sin motivo, iniciando una batalla absurda! ¡Desde el principio querían ir a por tí! ¿Por qué te crees que apenas te dieron opciones? ¡Querían matarte desde el minuto uno! ¡En una guerra matas o mueres! >>¡Y te estoy dando una maldita solución que no implica la muerte de nadie, y que salvará a gente! ¿Es que acaso no te gustaría ser reconocido como el “Héroe que salvó a personas inocentes de un destino fatal”? ¿Es que acaso eres un cobarde? ¿No sirves siquiera para defenderte legítimamente? “No sirves”. Aquellas palabras tuvieron un profundo impacto en la mente de Alec. Apenas hace un par de años, le dijeron eso mismo, y se encargó de demostrar a la persona que se lo dijo lo equivocada que estaba. Ser un héroe o no le daba igual, pero no iba a dejar que nadie le llamase “inútil”. —Yo... ¡Yo no soy un inútil! —¡Entonces demuéstramelo, joder! —¡Acorazado Roma, te ordeno que uses el Cañón de Partículas! En ese momento, el barco comenzó a brillar y se elevó. Un enorme círculo verde con caracteres extraños surgió bajo la quilla del acorazado, como si fuera un círculo de conjuro. Gran parte de la quilla se abrió, como si fuera una parte desmontable. Del interior, un enorme y gran cañón apuntaba a donde estaban los submarinos. —¡No permitiré que dispare! —anunció U-81, visiblemente nerviosa y desquiciada a su compañera. Al igual que el acorazado, el submarino comenzó a volar con un círculo de color rojo bajo su casco. —¡Einun, no, no! ¡Maldita sea, nunca me hace caso cuando se enfada! —maldijo U-95, yendo tras su compañera. En el interior de la cabina del artillero, Alec Jiménez estaba sentado en lo que él podía describir como una moto de agua sin manillar. En el frontal de lo que el chico había bautizado como “Silla de batalla” había una inscripción distinta en la que se podía leer “ROMA 1940” en letras rojas sobre aquella superficie gris metálica. —¿Qué se supone que he de hacer? —preguntó Alec. —Mira a tu derecha, encontrarás un rifle, deberás apuntar a través de su mira telescópica, amartillas y apretar el gatillo. Pero apunta bien, no habrá segundas oportunidades —respondió Roma con voz distorsionada, como si hablase mentalmente con él o algo. —¿Por qué no? —Por que el Cañón de Partículas usa casi toda mi energía. Una vez sea disparado, solo podré utilizar la artillerías secundaria del barco durante una semana. —¿¡Y me lo dices ahora!? —protestó el chico una vez tenía el rifle en sus manos y lo estaba amartillando. Pero no tenía tiempo para protestas. Alec se colocó la culata del rifle sobre su hombro derecho, como había visto hacer en las películas y agachó su cabeza para poder apuntar a los submarinos a través de la mira telescópica. Mediante la misma, pudo comprobar que uno de los submarinos estaba volando hacia ellos. Seguramente quería aprovechar las pocas defensas del barco. —Energía cargada en diez... —anunció Roma. Alec llevó el dedo índice de su mano derecha al gatillo, mientras con su mano izquierda sujetaba el guardamanos. Su cuerpo le temblaba. Nunca había disparado un arma. Lo más parecido eran las escopetas de la feria y las pistolas de muelle que disparaban bolas de plástico. Aquello era lo más parecido a un arma real, y sentía miedo. Miedo de saber que estaba a punto de hacer algo que no tenía marcha atrás. —Seis, cinco, cuatro. El chico tragó saliva y respiró hondo, intentando asimilar lo que iba a hacer. —Dos, uno... ¡Fuego! —¡Fuego! En aquel momento, el dedo de Alec apretó el gatillo de golpe, con decisión y fuerza. Olvidándose por completo de cómo se sentía el resto del cuerpo. El sonido de un “clack” metálico procede del martillo del arma resonó casi como música celestial. Todas las dudas y miedos que tenía el muchacho desaparecieron durante esos segundos clave. Fuera, en el exterior, los pasajeros y tripulantes del Sovereign pudieron ver un gran y poderoso chorro de energía de distintos colores emerger del enorme cañón del Roma. La luz de aquel rayo era tan intensa, que la zona quedó iluminada durante el tiempo que estuvo vomitando aquella gran cantidad de energía. Lo siguiente que escucharon, fue un grito de dolor y un fuerte chapoteo en el mar.
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    El Izumo fue mi primer tier IX en el juego, y el Yamato fue mi undécimo tier X... Con eso lo digo todo.
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    Mucha suerte con el nuevo clan, os ayudaré en todo lo posible.
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    Yo las termine los 2 primeros días. Pero solo jugando por las mañanas, por la tarde era increíble la gente con la que tenías que jugar, ni puñetera idea de cómo manejar un barco. Al final un 60% WR, bastante peor que en la primera tanda. Demasiado manco últimamente en el juego. A ver si tras las Navidades volvemos a la normalidad!
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