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En un concurso de torpes, al almirante Rozhéstvenski y al capitán Walter los habrían echado por abusones (y peligrosos)

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El proceso que llevó al conflicto de la llamada guerra ruso-japonesa (febrero de 1904 – septiembre de 1905) fue el resultado del choque surgido por las ambiciones imperialistas rivales del Imperio ruso, uno de viejos imperios, y el Imperio japonés, una nueva potencia a la que pocos se atrevían todavía a considerar como tal, en China y Corea. Tras la derrota de los chinos a finales del XIX (primera guerra sino-japonesa), Japón se hacía con la isla de Formosa (Taiwán), la península de Liaodong (incluido Port Arthur)  y ejercer una especie de protectorado sobre Corea. Sin embargo, Japón tuvo que ceder Port Arthur a Rusia por la presión diplomática ejercida por Alemania, Francia y la misma Rusia, bajo el pretexto de «necesitar» un puerto de aguas cálidas en el Pacífico que no se congelase en invierno para el uso de la Armada y el comercio marítimo. Aunque los nipones recibieron una compensación económica, nunca les pareció buena idea compartir su dominio en la zona. Además, Rusia echó más leña al fuego en Manchuria… y Japón se lio la manta a la cabeza y, sin previa declaración de guerra, el 8 de febrero de 1904, atacaron y sitiaron Port Arthur, hundiendo algunos buques de guerra e inmovilizando al resto. De esta forma, los japoneses aseguraron su dominio del mar y desembarcaron tropas en la península de Corea. Comenzaba la guerra ruso-japonesa.

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Port Arthur

La flota rusa del Pacífico estaba siendo diezmada por los japoneses y el zar Nicolás II envió en su ayuda a la flota del Báltico, parte de este convoy fue bordeando la costa africana y el resto por el Mediterráneo, volviéndose a reunir en el Índico. Al frente de esta flota estaba el almirante Zinovi Rozhéstvenski, para algunos un buen marino y, para otros, un vendedor de humo con buena prensa.

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La travesía de esta escuadra desde el Báltico hasta Corea puso de relieve todas las limitaciones de los buques y las tripulaciones de aquel gigante con pies de barro. Ya de por sí era muy complicado que aquella misión pudiese llegar a buen puerto, ya que suponía recorrer casi 20.000 millas con una flota heterogénea formada por acorazados, cruceros, buques auxiliares de diferentes calados y «condición», e incluso «barcos blanco», viejos buques que nada aportaban a la capacidad de combate, aunque sí sumaban a la fuerte carga logística y operativa de la expedición, que iban a contribuir a «repartir el fuego de la artillería japonesa entre más blancos» (¿¿¿??? Cosa de los asesores del zar); y, para rizar el rizo, sin el apoyo de bases propias en todo el trayecto. Si a todo esto, que no es poco, añadimos las decisiones que tomó el almirante Rozhéstvenski durante el trayecto (un verdadero cúmulo de despropósitos), era harto difícil aventurarse a pronosticar un final distinto: el desastre.

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Mientras recorrían aguas británicas, el almirante Rozhéstvenski recibió un despacho advirtiéndole que se habían visto torpederos japoneses por la zona. Aquello puso en alerta a los oficiales y nerviosa a la inexperta tropa, hasta el punto de que uno de los barcos que cerraba la formación creyó verlos y disparó ¡300 proyectiles! antes de detener el ataque. Afortunadamente, la pésima puntería de los rusos hizo que no alcanzaran a ninguno de los supuestos buques japoneses: un pesquero alemán, un mercante sueco y una goleta francesa. A la mañana siguiente, en medio de una espesa niebla y bajo un ambiente de histeria colectiva, volvieron a aparecer los «barcos fantasma japoneses»; en esta ocasión eran 48 barcos de arrastre ingleses. En un alarde de descoordinación y caos, abrieron fuego y volvieron a demostrar su pésima preparación, su estado de ánimo al borde del brote psicótico y, otra vez, su mala puntería. Lo que podría haber sido un auténtica escabechina (recordemos que eran 48 barcos de pesca ametrallados por una flota), quedó en un pesquero hundido, dos marineros muertos y seis heridos. Además, el crucero ruso Aurora quedó seriamente dañado y un par de marinos perdieron la vida… ¡por fuego amigo! El incidente provocó la ira del gobierno británico y la burla internacional contra las tropas rusas. Sólo una apresurada negociación impidió que se declarara la guerra entre Rusia y Gran Bretaña, zanjándose el asunto con las excusas de los rusos, una generosa indemnización a las familias de las víctimas y la prohibición de usar los puertos controlados por los británicos para su reabastecimiento.

A su paso por el norte de África, uno de los barcos de la flota se enredó en un cable submarino y se ordenó cortarlo; resultó ser un cable de comunicaciones que unía África y Europa y los continentes quedaron incomunicados durante 4 días.

Vista la escasa preparación de los artilleros (era harto difícil que acertasen), el almirante ordenó hacer prácticas de tiro en alta mar utilizando como diana uno de los «barcos blanco» al que le habían fallado los motores. Pues bien, el blanco quedó intacto… pero hundieron el buque encargado de arrastrarlo.

Al llegar a Port Arthur y ver que estaba en manos de los japoneses, los rusos decidieron poner rumbo a Vladivostok por el estrecho de Tsushima, que era la ruta más corta. Lo que no sabía Rozhéstvenski es que el almirante Togo y su poderosa flota les esperaban al otro lado. Algunos datos más que auguraban un final espantoso para los rusos: al no poder repostar en los puertos previstos y tener que hacerlo directamente con cargueros, los barcos de la flota llevaban mucho más carbón que los hacía más lentos; todo el tiempo que la flota rusa estuvo navegando sin poder hacer labores de mantenimiento provocaron que los cascos de las embarcaciones estuviesen cubiertos de flora y fauna marina que reducía considerablemente su maniobrabilidad; y, para rematar, la preparación y la moral de las tropas rusas nada tenía que ver con la de las niponas, llegándose a producir sabotajes de los propios marinos rusos, sobre todo en los barcos blanco, para no llegar al combate -total, sabían que tanto sus barcos como ellos eran carnaza-. Las consecuencias inmediatas de la batalla de Tsushima (27 de mayo de 1905) fueron la aniquilación casi total de la Armada rusa, la supremacía japonesa sobre Corea y Manchuria, la pérdida de Port Arthur para los rusos… y la captura del almirante Rozhéstvenski.

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Battle of Tsushima during the Russo-Japanese

Wilfred Walter, el capitán del destructor estadounidense USS William D. Porter, lo llamó mala suerte. La desastrosa carrera de este barco se inició en noviembre de 1943 con su primera misión. Se trataba nada menos que de una secreta y trascendental tarea: formar parte de la escolta del acorazado USS Iowa y proporcionarle cobertura antisubmarina. El USS Iowa transportaría al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en su viaje hacia dos importantes reuniones en El Cairo y en Teherán con Joseph Stalin y Winston Churchill.

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USS Porter

Los problemas comenzaron incluso antes de que el destructor abandonase el muelle para reunirse con el resto del convoy. Y es que a alguien se le olvidó izar completamente el ancla, de manera que cuando comenzó a maniobrar marcha atrás se quedó enganchada en un buque mercante atracado en paralelo junto a él, desgarrando parte de su casco y arrancándole barandas y botes salvavidas. El capitán de nuestro barco, Wilfred Walter, miró su reloj y se dio cuenta de que se le hacía tarde para reunirse con el USS Iowa, así que dirigió al buque mercante una disculpa rápida y se fue a toda máquina de aquel puerto. Podemos imaginar la cara de aquellos novatos marineros mientras recordaban atónitos lo que había sucedido en su primer día de trabajo:

Son los nervios del primer día. Seguro que las cosas no podrán ir a peor… -No imaginaban lo equivocados que estaban-

Veinticuatro horas después, el Porter tomó su posición junto al resto del convoy, no sin dejar de ser blanco de burlas y chuflas de todo tipo por parte del resto de la marinería. Durante su viaje por el Atlántico el convoy tendría que navegar por aguas infestadas de submarinos alemanes. Una de las tareas de escolta del Porter sería la de, llegado el caso de un ataque submarino, lanzar cargas de profundidad contra aquellos U-Boot alemanes. El 12 de noviembre una gran explosión sacudió las aguas. Todos los barcos del convoy tocaron a zafarrancho de combate y comenzaron la ejecución de maniobras de evasión, porque era evidente que un submarino enemigo rondaba por allí. Tal vez los nazis tenían información de la misión secreta y trataban de acabar con la vida del presidente de los Estados Unidos que viajaba en el USS Iowa… Minutos después se recibía un tímido aviso de nuestro destructor: no había ningún submarino alemán, sino que una de las cargas de profundidad no tenía el seguro puesto y se había soltado accidentalmente de su cubierta, cayendo al mar y produciendo la explosión. Tras este nuevo incidente, el almirante Ernest King, al mando del convoy, tomó la radio y ordenó al capitán Walter que acabara con los despropósitos y empezara a actuar correctamente, por lo que Walter se comprometió firmemente a «mejorar el rendimiento de su barco».

Tras lo ocurrido, y como es comprensible, todo el mundo en el convoy estaba nervioso. Tal vez como medida de distracción y para tranquilizar los ánimos, el propio presidente Roosevelt propuso a la tripulación del Iowa que le hicieran una demostración de sus defensas antiaéreas. Dicho y hecho, se lanzaron al aire varios globos meteorológicos y los cañones del Iowa comenzaron a disparar bajo la atenta y complaciente mirada de Roosevelt, que también observó cómo el aire arrastraba algunos de esos globos en dirección a nuestro destructor. Fue entonces cuando el capitán Walter, ansioso por causar buena impresión después de todo lo sucedido, pensó que era una oportunidad única para rehabilitar su mala imagen, por lo que dio orden a sus cañoneros de disparar contra cualquier globo perdido por los artilleros del Iowa. Todo marchó bien, y el Porter incluso hizo blanco en varios de aquellos globos perdidos. El capitán Walter estaba crecido: era su momento, había que lucirse, ¡por fin dejarían de ser la burla de la US Navy!, así que ordenó a su tripulación llevar a cabo un simulacro de ataque con torpedos (durante los simulacros se retiraban los detonadores de las cargas explosivas que expulsaban los torpedos de sus tubos, por lo que realmente los torpedos no eran lanzados al agua). Pero claro, para calcular correctamente los tiempos de los falsos lanzamientos necesitaban también un blanco al que apuntar, y el objetivo más cercano era el USS Iowa (el del presidente).

«¡Fuego el uno!» —gritó el oficial de cubierta del Porter— y se simuló el lanzamiento del primer torpedo. Comprobado el rumbo que hubiese tomado el falso torpedo se ordenó. «¡Fuego el dos!«, y de nuevo la misma operativa. «¡Fuego el tres!»… pero entonces sucedió algo distinto: se escuchó un silbido y la tripulación vio cómo un torpedo salía del tubo. Acababan de lanzar un torpedo contra el Iowa y contra el presidente Roosevelt.. En medio del caos, el capitán Walter advirtió por radio al Iowa que girara rápidamente a estribor. El giro fue tan brusco que la silla de ruedas del Presidente —con Roosevelt sentado en ella— estuvo a punto de caerse por la borda. Finalmente, y por los pelos, el USS Iowa logró evitar el torpedo.

«Perdón, hemos sido nosotros». Fue todo lo que el capitán Walter pudo decir.

Tras casi hacer impactar un torpedo en el acorazado donde viajaba el presidente Roosevelt, el avergonzado perdón que pidió el capitán Walter no le sirvió para evitar que su barco fuera inmediatamente expulsado del convoy, ni tampoco para evitar que tanto él como toda su tripulación fueran sometidos a un Consejo de Guerra del que, tras las debidas investigaciones, quedó demostrado que se trató de un error. No obstante, el marinero que se olvidó de retirar el detonador del tercer torpedo, llamado Dawson, fue condenado a 14 de años de trabajos forzados, aunque Roosevelt le otorgó un perdón presidencial. Obviamente ya nadie iba a dejar que el Porter ni siquiera se acercara a una misión de alto nivel, por lo que fue enviado al único escenario donde la presencia de nuestro barco no preocupaba realmente a nadie: las Islas Aleutianas, en Alaska. Hay cero presidentes a los que poder asesinar en Alaska.

Durante los primeros meses de exilio pareció disiparse la oscura sombra de su embarazoso pasado; todo iba bien. Pero un día, uno de sus marineros regresó a bordo borracho y decidió ponerse a jugar con sus cañones de artillería pesada, abriendo fuego e impactando un proyectil nada menos que en el jardín de la casa del comandante de la base, que en aquel momento celebraba una fiesta con otros oficiales y sus esposas. Por suerte únicamente causó daños materiales, pero la poca reputación que le quedaba al Porter (si es que le quedaba algo) quedó definitivamente asolada… al igual que quedaron las flores del jardín de la casa de su comandante. Servir en el USS William D. Porter era considerado un castigo, pero el final de la guerra se acercaba y todos los barcos eran necesarios en el frente, por lo que el Porter fue reasignado al Pacífico: por fin tendrían una auténtica oportunidad de redención… o tal vez no.

Una vez en el Frente del Pacífico, y a pesar de los esfuerzos del comandante Charles M. Keyes, que relevó al desafortunado capitán Walter en la dirección de la nave, la reputación de nuestro destructor no mejoró. Al contrario, se hundió todavía más cuando acribilló accidentalmente al destructor USS Luce durante los primeros momentos de la batalla de Okinawa. Tras este nuevo incidente el Porter sirvió como apoyo para las tropas que trataban de conquistar aquella isla; utilizó correctamente sus defensas antisubmarinas y hasta llegó a derribar cinco aviones japoneses. Lamentablemente, poco después se informó que también había derribado por error tres aviones norteamericanos. Y así llegamos al final de esta historia. El 10 de junio de 1945 el Porter fue atacado por un avión kamikaze. Nuestro barco se defendió y el avión japonés fue alcanzado y derribado por las defensas antiaéreas, estrellándose en el océano pero sin explotar. La tripulación estaba eufórica: parecía que las cosas cambiaban a mejor. Pero no se habían dado cuenta que el avión kamikaze extrañamente había continuado bajo el agua su trayectoria en dirección hacia el destructor, y justo cuando pasó por debajo de su quilla explotó. Tres horas más tarde el USS William D. Porter se hundía para siempre en el océano.

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En otras palabras, el barco más torpe e incompetente de la Segunda Guerra Mundial, fiel a su desastrosa e hilarante historia, fue hundido accidentalmente por un avión que ya se había estrellado en el mar.

Esta informacion pertenece al blog https://historiasdelahistoria.com/

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