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alquimista112

LA MASACRE DE MANILA

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A pocos meses para el fin de la Segunda Guerra Mundial, Manila se vería sacudida por una oleada de barbarie. Los japoneses que ocupaban la ciudad, viendo que el ejército estadounidense estaba a punto de entrar en la ciudad, sometieron a la población a una durísima represión entre el 6 de febrero y el 4 de marzo de 1945. Algo que nunca iban a poder olvidar. De este modo, Manila logró el dudoso honor de compartir con Varsovia el podio de capital más castigada por un conflicto que se había cobrado la vida de millones de personas en todo el mundo.

 

 

EL CONSULADO ESPAÑOL

Junto a las de Stalingrado y Nanking, la batalla de Manila fue una de las más sangrientas de la Segunda Guerra Mundial; cien mil personas perdieron la vida, setenta mil de ellas a manos de un reducido contingente de militares japonés que, contraviniendo la orden de retirada que habían recibido, se atrincheraron en la ciudad vieja justo donde se encontraba el consulado español en la ciudad. Los soldados japoneses, la mayoría de los cuales eran analfabetos y se sentían abandonados por parte de las autoridades de su país, saquearon, violaron y asesinaron brutalmente a los refugiados que, ante la inminencia de una batalla campal en la ciudad, huían desde el sur del río Pásig. Durante aquel caos terrible, el consulado general español fue arrasado. El edificio fue pasto de las llamas y en él perecieron quienes allí se habían refugiado, unas setenta personas, la mayoría familias españolas y filipinas que permanecían allí escondidas. De nada sirvió la neutralidad de la que el gobierno franquista hizo gala desde el inicio de la contienda. Ni la connivencia que mostró con Alemania y las potencias del Eje. Al final, y en vista de lo que había sucedido, España acabaría celebrando el desembarco norteamericano en la isla de Filipinas. Incluso se planteó declarar la guerra a Japón.

 

Tras el desembarco norteamericano en Filipinas, la primera escaramuza tuvo lugar al norte de la isla con el objetivo de liberar a los detenidos del campo de internamiento de la Universidad de Santo Tomás. El éxito obtenido en esta misión llevó a un entusiasta general MacArthur a anunciar que Manila había sido liberada, e incluso pensó en organizar una marcha victoriosa por la ciudad para conmemorar la victoria. Finalmente esta marcha no llegó a celebrarse ya que los japoneses que quedaban en Manila estaban masacrando a la población en numerosos puntos de la ciudad y los norteamericanos querían evitar a toda costa que se relacionase aquellas muertes con la celebración de la marcha. Aunque para abrirse paso, la aviación y la artillería estadounidenses no dudaron en lanzar más de dieciséis mil bombas sobre la ya castigada Manila. De este modo, la infantería estadounidense fue entrando casa por casa y sacando por la fuerza a los soldados japoneses allí atrincherados, incluso usando lanzallamas y granadas.

 

Tropas estadounidenses avanzando por la parte intramuros de una Manila ya totalmente arrasada a finales de febrero de 1945.

 

"MATANZAS AL POR MAYOR"

Tras tomar el barrio español, los norteamericanos aminoraron su avance debido a la creciente resistencia japonesa, que dificultaba enormemente la marcha a través de la ciudad. Los primeros en sentir la fuerza y la violencia de los soldados japoneses fueron los prisioneros que había en el Fuerte de Santiago. Una violencia que duró todo un mes entero. Los bombardeos asolaban día tras día una ciudad ya de por sí muy castigada. El padre Juan Labrador, director del colegio San Juan de Letrán, como muchos otros en Manila, temía una liberación sangrienta, como ciertamente acabaría sucediendo: "Se temían actos de barbarie, pero no matanzas al por mayor", diría el sacerdote, y no le faltaba razón, porque hacia el final de la batalla, un grupo de soldados japoneses se llevaron a tres mil civiles rehenes hasta un lugar apartado y asesinaron a sangre fría a más de un tercio de ellos.

 

Supervivientes filipinos esperan a ser reubicados tras haber sido rescatados por las tropas aliadas el 23 de febrero de 1945.

 

En otra parte de la misma ciudad de Manila, un gran grupo de personas huye de los suburbios atacados por los japoneses en busca de un refugio seguro.

 

Durante su retirada, las tropas japonesas, ofuscadas por la rabia y la sed de venganza, sacrificaron tanto a filipinos como a residentes de cualquier nacionalidad, y en un desesperado intento por proteger su honor patrio decidieron asesinar a miles de personas inocentes en un acto de barbarie sin parangón y evitar así, y según su punto de vista, que nadie pudiese contar al mundo el fracaso del ejército del Sol Naciente, una auténtica humillación muy difícil de soportar para su orgullo. En una entrevista ofrecida al periódico ABC, la escritora Carmen Güell, autora del libro La última de Filipinas donde cuenta el testimonio de la única superviviente de origen español, Elena Lizarraga, explica lo siguiente: "Cuando perdieron [los japoneses] todo se complicó y el trato a la población se volvió violento. Sus víctimas fueron tanto filipinos, como chinos, alemanes, suizos o españoles. No podían tolerar que el resto del mundo se enterase de su humillación, así que se negaron a abandonar el país por las buenas y se produjo una matanza indiscriminada".

 

 

MORIR MATANDO

El ejército norteamericano acabó con los últimos reductos de resistencia japonesa el 3 de marzo de 1945, y tras efectuar varias batidas en busca de los autores de las terribles matanzas sería en el edificio de Hacienda donde hallaron muerto (supuestamente se había suicidado) al que se cree que fue el artífice de la masacre, el contraalmirante Sanji Iwabuchi. Tal como cuenta el escritor, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y experto en Japón, Florentino Rodao: "Algunos españoles pensaron que la bandera de España y el nombre de Franco les salvaría, al igual que los alemanes con la bandera nazi y Hitler, ya que eran aliados. Mucha gente se refugió en el Club Alemán, pero los japoneses buscaban las mayores concentraciones de gente a la que poder matar, sin importar su raza o afiliación política. Aquella fue la mayor masacre: de 800 personas, solo sobrevivieron cinco. Iwabuchi no quería entregar el puerto para evitar que, desde este enclave, Estados Unidos iniciara la conquista de Japón, por lo que decidió morir matando".

 

El estado de destrucción en el que quedó la ciudad fue brutal. En la imagen se puede ver la oficina de correos todavía en llamas, junto a un canal cuyo puente ha quedado totalmente hundido.

 

Tras la liberación, Manila, totalmente arrasada, perdió la mayoría de sus edificios históricos, y los que resultaron muy dañados fueron demolidos por los estadounidenses en aras de la reconstrucción de la ciudad. Manila perdió su historia y a gran parte de sus habitantes en un mes. En 1995, las autoridades filipinas erigieron en la plaza de Santa Isabel un monumento conmemorativo dedicado a las víctimas con el objetivo de recordarlas y de que su sacrificio nunca cayera en el olvido: "Que este monumento sea la tumba para todos y cada uno de los más de 100.000 hombres, mujeres, niños y bebés muertos en Manila durante su lucha de liberación, del 3 de febrero a 3 de marzo, 1945. No los hemos olvidado, ni se nos olvidará nunca".

 

Fuente. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/batalla-que-destruyo-manila_16827

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